Se llama Semana Santa a los siete días que siguen al Domingo de Ramos, o la entrada de Jesús en Jerusalén. Son los días decisivos para la vida de Jesús Ha subido a Jerusalén para celebrar la Pascua judía, como fiel del pueblo. Pero sabe que allí se juega la vida. Ha denunciado el tráfico del templo, ha dicho que esto llega a su término y Caifás ha decretado su muerte: "Conviene que muera un hombre y que no perezca todo el pueblo", dice, aludiendo a posible revuelta por parte de los seguidores de Jesús y aprovechando la aglomeración de la fiesta. Ha ocurrido ese intento de declararlo Rey, a su entrada en Jerusalén. Los sacerdotes protestan y piden a Jesús, calmar a las turbas. Jesús los calma diciendo: Hace su entrada en el símbolo de la paz: un asno joven, sin dar pruebas de ningún tipo de violencia o intento de fuerza o poder.
Para nosotros son los días más importantes de este misterio del amor de Dios que se entrega libremente por amor a nosotros. Por lo mismo queremos presentar una reflexión sobre esos días santos que pueda servir para nuestro crecimiento cristiano.
JUEVES SANTO
La Semana Santa, concentra la profundidad del misterio de Jesús.
s. Juan nos relata cómo Jesús ha encontrado en la semilla que muere para producir fruto, un signo de su vida. Ha debido morir a sí mismo.
Con esta conciencia llega a la celebración de la Pascua judía: el recuerdo agradecido de la liberación de su pueblo.
He decidido ardientemente celebrar esta Pascua con ustedes, pues pienso que será la última Pascua antes de la Eterna.
Estando ya al final de la cena, encuentra en el pan y el vino, un nuevo símbolo de su vida. "Mi vida ha sido como un pan partido y entregado a los demás" El vino es el signo de mi sangre derramada por amor a mi pueblo"
Ahora se va a consumar la Nueva y Eterna alianza de Dios con su Nuevo Pueblo, alianza que se inició en la Encarnación. Esta Alianza será eterna, porque Jesús pasa a la vida eterna. Está alianza se revelará como alianza de amor, porque Jesús entrega su vida por amor. "Nadie me quita la vida, dijo, yo la entrego".
¡Padre! Me diste un cuerpo. Aquí está para hacer tu voluntad.
Mi vida ha sido como este pan partido, así me entregué a ustedes.
Mi sangre ha sido como este vino derramado al servicio de todos. Yo lo entrego como signo de mi amor y el amor de mi Padre por todos los hombres.
Serán fieles a esta Alianza, si hacen lo mismo que yo he hecho. Si sus vidas, su cuerpo, su fuerza, su inteligencia son entregadas por amor a Dios y a los hombres.
Ya resucitado, permanece eternamente como cuerpo y sangre entregados por amor a nosotros. Su presencia sacramental, simbólica y real, nos recuerda la eternidad de su Alianza de amor y fidelidad.
Hagan esto mismo en memoria mía. Yo estaré con ustedes hasta el fin de los tiempos.
VIERNES SANTO:
La crucifixión del Señor, es la consumación de nuestro pecado. Hemos asesinado a Dios, al Santo y al Justo. (El que haga esto con uno de estos pequeños, conmigo lo hace) Es el gesto supremo de la solidaridad de Dios con el dolor, la injusticia y la muerte del hombre. San Pablo nos dice que Dios hizo pecado (a su propio Hijo). Es decir, se solidarizó con nosotros hasta el máximo, hasta sufrir la muerte como consecuencia del pecado, no suyo, sino nuestro.
Mirar a Jesús en la Cruz, para poder creer, esperar, sufrir y perdonar, nos dice Von Baltasar. Contemplar a Jesús en la Cruz que grita:
¡Dios mío! ¿Por qué me has abandonado!
¡Tengo sed!
¡Perdónalos, porque no saben lo que hacen!
¡Hoy estarás conmigo en el paraíso!
¡Madre, ahí tienes a tu hijo!
¡En tus manos encomiendo mi espíritu!
Y nosotros lo creíamos castigado por Dios, pero eran nuestros pecados los que cargaba.
Creció en la soledad y el abandono, como raíz en el páramo. No había en él belleza, ni era atractivo; despreciado; rechazado por los hombres, familiarizado con el sufrimiento, como alguien a quien no queremos ni mirar... y eran nuestros pecados, nuestras culpas las que cargaba. Isaías 53,1-4.
Con este texto de Isaías, que los evangelistas atribuyen a Cristo, nos invita a mirar el dolor y la cruz de nuestro pueblo abandonado, al que hemos vuelto la espalda y de quien no soportamos ni su olor. Por eso los marginamos de nuestras ciudades y les cargamos con los trabajos más sucios y peor pagados.
Mirar a Jesús, es una oración sugerente y profunda. Como Teresa de Ávila exclamaba:
¡Cómo buscar riquezas, viendo a Jesús desnudo!
Mirar a Jesús como aquel escapado del catre de tortura que, al entrar en un templo, se abrazó a la cruz y exclamó ¿Si ha sufrido más que yo...!
Mirar a Jesús en el fracaso y en la soledad y encontrarse con Él.
Mirar a Jesús en el lecho del dolor y la muerte y escuchar ¡Hoy estarás conmigo en el paraíso!
Mirar a Jesús y esperar, confiar y renacer con fuerzas para volver a vivir.
SÁBADO SANTO
¡HA RESUCITADO!
Todo el tiempo de cuaresma ha sido un caminar con Cristo, la mirada fija en la meta: La Resurrección, La Vida Nueva.
Jesús, "animado por el gozo que le esperaba, soportó la Cruz, sin acobardarse y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios." Heb.12, 2.
La resurrección de Jesucristo no es simplemente un acontecimiento individual. Pues podríamos argumentar ¡y nosotros! ¿Qué?
Con Jesús resucitó nuestra carne. Nosotros hemos resucitado ya con Cristo, nos dice S. Pablo. Porque desde la Encarnación, nuestra carne ha sido "solidarizada" asumida junto con la carne de Cristo. Jesús ha corrido nuestra suerte, para que nosotros corramos la misma suerte que Jesucristo.
Pero hay más razones:
La resurrección de Jesucristo es una revelación, una manifestación de Dios. Dios es el Dios de la vida. El que toma venganza contra la muerte.
La Sagrada Escritura interpreta el misterio de la muerte como consecuencia del pecado, pues Dios nos ha creado para la vida. Sap.2, 23-24.
La vida es el destino del hombre.
Dios es fuente de vida. Su presencia es sanadora y dadora de vida.
El paralítico de Siloé, esperaba que alguien le metiera en el agua para sanar. Llega Jesús, agua viva, y queda sano. Jn. 5,1-9.
Ezequiel nos presenta a Dios como fuente de agua que fertiliza y sana a todo el que se acerca a Él. Ez. 47 y Ap. 22.
Pero hay más razones:
La resurrección significa la justicia definitiva y última de Dios. Dios toma venganza contra el pecado, resucitándonos y dándonos la vida que el pecado nos arrebató. La resurrección es el acto por el que da la muerte al pecado y la vida al hombre. Ese es el poder y la justicia de Dios.
Por eso mismo, la vida del hombre, no es simplemente, esperar la resurrección en Dios, sino la tarea de dar la muerte al pecado, a la injusticia y a todo lo que atenta contra una vida plena y feliz
Nuestro compromiso, recibido de Jesucristo, es crear vida en abundancia. Esta vida es ya resurrección porque ha precedido la muerte del pecado.
Así se reveló en Jesucristo la voluntad del Padre: que vino a perdonar los pecados, expulsar los demonios, sanar toda enfermedad, respetando toda vida, porque el Padre quiere que nadie se pierda, sino que todos se salven y tengan vida eterna.
Jesús Herreros, SM