Sin embargo, claramente tiene una significación mucho más profunda: adviento y Navidad condensan de alguna manera el gran sueño de Dios para la Humanidad. Las lecturas diarias de la liturgia así nos lo recuerdan. El profeta Isaías, el más leído en este tiempo, veía un futuro donde “el lobo habitará con el cordero y el leopardo se acostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro del león pacerán juntos…”. (Hay por ahí muchos lobos sueltos y corderos atemorizados). Isaías, el profeta de las promesas de Dios, exclama: “Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos, entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo”. Y el evangelista Lucas pone en boca de Jesús estas palabras: “Vayan a contar a Juan lo que han visto y oído: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados y los sordos oyen, los muertos resucitan, la Buena Noticia es anunciada a los pobres”.
Dios viene a hacerse uno de nosotros, a compartir nuestra vida, sometiéndose al lento ritmo humano de crecimiento, de maduración, de socialización, de aprendizaje de la vida. Y decide nacer donde nadie quisiera nacer, en un tiempo de dependencia total del poder extranjero, en una sociedad de gran exclusión social. ¡Qué poco sentido de la oportunidad parece haber tenido Dios! Y sin embargo, todo eso fue una opción. El Dios con nosotros, el Emanuel, quiere vivir desde la periferia la aventura humana de la solidaridad plena. Dios optó y opta por la vida sencilla, humilde y con los humildes. Parece que es la única manera de crear una real fraternidad. Dios entra en comunión con nuestro mundo abajándose. Y es desde dentro como se instaura este movimiento de projimidad entre seres humanos.
El gran sueño de Dios es la fraternidad universal. Parece que la gran tarea es dejar a Dios ser Dios con nosotros. Miremos a Belén, escuchemos lo que Jesús, en su opción de vida, nos pide. Y manos a la obra. “El que tenga dos túnicas que dé una al que no tiene; el que tenga que comer, haga otro tanto”, nos recordaba el evangelista Lucas. Y el Papa con su llamado a vivir un año de la misericordia, nos invita a lo mismo: Dejar que la bondad de Dios nos penetre y nos mueva a vivir las obras de misericordia en acciones concretas de hoy con nuestros prójimos.
Adviento y Navidad son tarea permanente. Siempre es tiempo de Navidad. Siempre estará la llamada del “próximo” necesitado de atención, de apoyo, de trabajo, de dignidad, de consuelo… para quien podremos ser la mano tendida del Dios de la misericordia. Así tiene sentido celebrar la Navidad. Ahora sí podemos re-significar el regalo a un ser querido, la caja de alimentos para una familia necesitada, un aguinaldo navideño más abundante, la invitación a nuestra cena el día de navidad. Y que la Navidad se prolongue sin fin y sin límites. Dios sigue manteniendo su sueño, el destino feliz y final de la Humanidad. Y lo cumplirá.
Hno. Jesús Gómez
Departamento Pastoral
Fundación Chaminade