Terminamos el mes de junio celebrando a San Pedro y San Pablo. A Pedro, después de reconocer, iluminado por el Padre y no por su propia inteligencia, que Jesús es el Hijo de Dios, el Maestro le asegura que será la piedra donde fundará su Iglesia. Jesús elige como piedra y fundamento a un padre de familia, trabajador manual, sin estudios, sin plata. Alguien tan miedoso ante el riesgo que en una ocasión pretende apartar a Jesús de su camino y más tarde llevado por el pánico de ser reconocido como su amigo reniega insistentemente de Él. Y Pablo, el fanático radical que se regocija cooperando en la ejecución de Esteban y se ensaña encarcelando a los seguidores del Galileo. A ambos el Señor Jesús les cambia el corazón y se convierten en los pilares de la Iglesia, anunciando la Buena Noticia hasta dar su vida por ello. Ante la vida de estos dos hombres quién puede dudar que el amor de Dios transforma los corazones y saca fuerza de la misma debilidad.