«Quiero dirigirme a los fieles cristianos -escribe el Papa Francisco- para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por esa alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años». Al Pontífice le interesa que cada bautizado lleve a los demás con nuevo dinamismo el amor de Jesús, viviendo en «estado permanente de misión».
Esta invitación a «recuperar la frescura original del Evangelio» implica a todo fiel, porque «el sueño misionero» del Obispo de Roma es «llegar a todos». Y «dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás -puntualiza- también debo pensar en una conversión del papado», para que lo haga «más fiel al sentido que Jesucristo quiso darle y a las necesidades actuales de la evangelización». Es necesaria, en este sentido, «una saludable descentralización», orientada también a un estatuto de las Conferencias episcopales «que las conciba como sujetos de atribuciones concretas, incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal». En todo caso, no hay que tener miedo de rever costumbres de la Iglesia «no directamente ligadas al núcleo del Evangelio», incluso en el caso de que resultasen «muy arraigadas a lo largo de la historia». El llamamiento es a ser siempre «libres y creativos», abandonando una vez por todas «el cómodo criterio pastoral del "siempre se ha hecho así"».
A partir de este prefacio el documento propone las líneas de un itinerario donde se encuentran muchos de los temas más apreciados por el magisterio pastoral del Papa Bergoglio. Entre estos, la invitación a redescubrir la misericordia como «la más grande de las virtudes», evitando que en la predicación «algunos acentos doctrinales o morales» que oscurezcan excesivamente el mensaje de amor del Evangelio. Y la necesidad de abrir las puertas de la Iglesia para «salir hacia los demás» y llegar a «las periferias humanas» de nuestro tiempo.
Fuerte es el juicio del Pontífice sobre los actuales órdenes económico-financieros mundiales, que multiplican desigualdades y exclusión social: «esa economía mata» denuncia, apuntando nuevamente el dedo contra «la cultura del descarte» y «la idolatría del dinero». No por casualidad todo un capítulo se detiene en la «dimensión social de la evangelización», con penetrantes subrayados sobre la necesidad del desarrollo integral de los más necesitados -«para la Iglesia la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica», recuerda- y de la promoción del diálogo y de la paz.
El núcelo central del documento está dedicado expresamente a quienes en la Iglesia trabajan al servicio del anuncio evangélico. Para destacar en ello potencialidad e iniciativa, pero también alertar sobre las «tentaciones» recurrentes de la «acedia egoísta», del «pesimismo estéril», de la «mundanidad espiritual». En este sentido, gran importancia el Papa atribuye a la «fuerza evangelizadora de la piedad popular» y a la atención de la predicación por parte de los sacerdotes.
(Fuente: L'Osservatore Romano 27 de noviembre de 2013)