1.- Nos abrimos a la vida:
Dialoguemos en la comunidad, dándonos el tiempo necesario: ¿Qué estamos diciendo al proclamar "creo en el Espíritu Santo"? ¿A qué realidad nos estamos refiriendo? ¿Qué experiencias me hacen pensar, reconocer, aceptar que el Espíritu Santo está actuando y manifestándose?
2.- Aportes para clarificar y hacer más vivencial nuestra fe en el Espíritu Santo
Cuando hablamos de Jesús decimos que es el "Dios con nosotros", el Dios encarnado, Dios mismo que se nos revela en figura humana. Cuando hablamos del Espíritu Santo estamos refiriéndonos al mismo Dios que se manifiesta no en forma humana sino de otras maneras.
2.1.- Qué nos dice la Biblia
El Espíritu de Dios se ha manifestado en la historia de salvación. Desde cuando el Espíritu de Dios aleteaba sobre las aguas engendrando la creación, hasta su presencia en los profetas (Is 11), en la fuerza del Espíritu que daba vida a los huesos secos de ese pueblo destruido (Ez. 37), hasta el anuncio de que el Mesías vendría lleno de su Espíritu. Dios se ha revelado como el Dios amigo de un pueblo y se hace caminante con los hombres.Nuestra fe en Él es la fe en un Dios que mira a los hombres, se acerca a ellos, los ama.
Las Escrituras nos dicen que el Espíritu era como un fuego abrasador, que impulsaba a los profetas, les llenaba de su fuerza, los enviaba a comunicar los mensajes de Dios.
Pero es en la historia de Jesús de Nazaret y de la comunidad cristiana donde se nos revela con mayor fuerza la acción del Espíritu. El Espíritu de Dios es amor, fuerza y vida del Padre y del Hijo. En Jesús se revela el amor filial hacia el Padre, que tanto nos ama y que nos entrega a su propio Hijo. Este Espíritu del Padre y del Hijo, conduce a Jesús al Desierto, lo envía a la misión, se manifiesta dador de vida, expulsa a los demonios, lo fortalece hasta la entrega total de su vida. A Jesús el Padre le ha comunicado el Espíritu en plenitud (Jn. 3, 34) y Jesús mantiene permanente relación con el Padre a través de la oración, que le brota espontánea de su espíritu.
Jesús ha prometido el Espíritu repetidamente a sus discípulos:
- Estará con ustedes en las pruebas (Mt 10, 19).
- Para defenderles en las pruebas (Mc 13, 11).
- En el evangelio de Juan encontramos a Jesucristo despidiéndose y consolándonos con la promesa de que no nos dejará huérfanos, sino que permanecerá a través del Espíritu que nos enviará: "Yo pediré al Padre que les envíe otro Defensor que esté con ustedes" (Jn 14, 15); "el Defensor, el Espíritu que les enviará mi Padre, les enseñará todo y les recordará todo lo que les he dicho" (Jn 14, 26); "el Defensor que yo les enviaré de parte de mi Padre, Él dará testimonio de mí" (Jn 15, 26); "cuando venga Él, el Espíritu de la verdad, los guiará hasta la verdad plena" (Jn 16, 13).
2.2.- El Espíritu anima y fortalece la vida de la comunidad y de cada cristiano
El Espíritu se revela como una relación de amor de Dios hacia su comunidad o Iglesia, en el acontecimiento de Pentecostés, en los Hechos. Se manifiesta en símbolos como fuerza, viento, temblor, fuego, amor, sabiduría. Todos quedan llenos del Espíritu y se transforman en discípulos y misioneros del Evangelio de Jesús. Recibirán la fuerza del Espíritu y serán testigos de Jesús (Hech1, 8). El Espíritu será consuelo y gozo para la Iglesia (Hech 9, 31, y 13, 52). Y los apóstoles lo presentan como el que toma las decisiones en la Iglesia (Hech 13, 2; 13, 4; 15, 28; 16, 6; 19, 21; 20, 3: 20, 22; 21, 4). Descenderá también sobre los paganos (Hech 10, 44).
San Pablo habla frecuentemente de la acción del Espíritu en el corazón y en la vida de los cristianos. En la carta a los Romanos nos entrega páginas hermosas de la acción del Espíritu en la Iglesia.
- "Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en ustedes, el mismo que resucitó a Jesús de entre los muertos, dará vida a sus cuerpos mortales por medio de ese mismo Espíritu suyo que habita en ustedes"..."Todos los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios... y ustedes han recibido el espíritu de hijos adoptivos que nos permite llamar a Dios Abba, Padre" (Rom 8, 11-15).
- "Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversidad de servicios, pero el Señor es el mismo. Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas en todos. A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos". Y después de enumerar los carismas, concluye: "Todo esto lo hace el mismo y único Espíritu, que reparte a cada uno sus dones como él quiere" (1 Cor 12, 4-11)
2.3.- Dejarse guiar por el Espíritu
- Somos templos del Espíritu Santo: "No saben que son templos de Dios y que el Espíritu de Dios habita en ustedes? Si alguno destruye el templo de Dios, Dios lo destruirá a él, porque el templo de Dios es santo, y ese templo son ustedes" (1 Cor 6,16). "La prueba de que ustedes son hijos es que Dios envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que grita ‘Abba', es decir ‘Padre'. De modo que ya no eres siervo, sino hijo, y como hijo, también heredero por gracia de Dios" (Gál 4, 6-7)
- Estamos llamados a irradiar esa presencia del Espíritu que vive en nosotros, siguiendo sus inspiraciones: "Los que viven según sus apetitos, a ellos subordinan sus criterios; pero los que viven según el Espíritu, tienen criterios propios del Espíritu. Ahora bien, guiarse por los criterios de los propios apetitos lleva a la muerte; guiarse por los del Espíritu conduce a la vida y a la paz" (Rom 8, 5-6).
"Les pido: caminen según el Espíritu y no se dejen arrastrar por los apetitos desordenados. Porque esos apetitos luchan con el Espíritu y el Espíritu contra ellos" (Gál 5, 16-17). A continuación Pablo enumera una larga lista de los frutos de los apetitos desordenados en la persona y en las relaciones con los demás. "En cambio, los frutos del Espíritu son: amor, alegría, paz, tolerancia, amabilidad, bondad, fe, mansedumbre y dominio de sí mismo". Y concluye: "Los que son de Cristo, han crucificado sus apetitos desordenados junto con sus pasiones y malos deseos. Si vivimos gracias al Espíritu, comportémonos también según el Espíritu" (Gál 5, 19-25)
- Los maestros de la vida espiritual proponen la práctica del discernimiento para reconocer lo que proviene del buen y del mal espíritu y diferenciar cómo actúan en nosotros esas dos fuerzas cuando queremos tomar decisiones según el querer de Dios. Hablan de movimientos interiores, consolaciones, desolaciones, engaños del mal espíritu. Cuando un cristiano quiere seriamente dejarse llevar por el Espíritu, que no es otra cosa que seguir más decididamente a Jesús, es importante dejarse acompañar en ese discernimiento.
Así la fe en el Espíritu Santo no es tanto una "verdad" de la fe, como sobre todo una experiencia vital, de la vida cristiana, que se experimenta en la relación de amor a los hermanos, en la atención preferente a los que sufren, en los esfuerzos por dar vida, aliento, libertad y alegría.
3.- Comprometerse con la vida:
- ¿Qué me ha llamado más la atención? ¿Cómo toca mi vida? Enumera algunas implicancias.
- A la luz de lo reflexionado, ¿me doy cuenta ahora de las presencias del Espíritu en mi vida? ¿Qué voy a hacer para reconocer su presencia y colaborar activamente para que sea el Espíritu quien me conduzca?
- Se sugieren algunas acciones que habría que ir incorporando a la vida personal, comunitaria, eclesial: Invocar al Espíritu habitualmente, escuchar los latidos de su presencia en el mundo, practicar el discernimiento personal y en comunidad, realizar la "pausa del día" o "cosecha" semanal, compartir nuestros dones poniéndolos al servicio de los demás, avivar el fuego del Espíritu y contagiarlo...
4.- Celebrar la fe:
- En ambiente de oración, invoquemos al Espíritu Santo. Pedir su presencia activa en nuestra vida y en la de la Iglesia. Pedir que nos llene del fuego de su amor, de la pasión de Dios. Agradecer su presencia y su acción. Retomando algunas citas bíblicas, transformarlas en oración. Pedir el deseo y la decisión de dejarse conducir por el Espíritu de Jesús.
- Si prefieren, se puede hacer lectio divina con algún texto nombrado más arriba, o Hech 2, 1-11; Hech 2, 14-24; 1 Cor 12, 4-11; Lc 4, 14-21.
Jesús Gómez SM