El P. Jesús Herreros nos invita a reflexionar sobre el camino que hizo Jesús en ésta, su última semana antes de morir en la cruz y resucitar de entre los muertos. Les invitamos a leer, a reflexionar y a orar en comunidad con este texto.
CAMINO A JERUSALÉN
Algo presentía Jesús cuando, cediendo a invitación de sus discípulos, les anuncia: ¡"Vayamos a Jerusalén"! E iba delante, decidido, ¡tantas veces se lo habían pedido los discípulos! Pero ahora les daba miedo. Mc. 10, 32.
No sé lo que pensaría Pedro cuando dijo: ¡Vayamos, y muramos con Él!
Jesús en Jerusalén hará una dura denuncia.
1.- Jesús es aclamado al entrar en Jerusalén. Mc. 11, 1-11.
2.- Se dirigió al Templo y observó todo a su alrededor.
3.- Había tomado la decisión al observar lo que ocurría:
Acusará a los sacerdotes de haber cerrado el templo a muchos de los hijos de Dios y haberlo convertido en un refugio de unos pocos. Lo que quiso que fuera casa de oración, se ha convertido en cueva de ladrones.
Mc. 11, 15-19
Tocó el punto más sensible: el Templo, signo de la presencia de Dios sobre su pueblo.
A Jeremías lo acusaron de predecir su destrucción. Tuvo que sufrir el destierro.
A Jesús le interrogan: ¿Con qué autoridad haces esto? Mc. 11, 27-33
Sabe que su vida está en peligro: Destruyan este templo y yo lo reconstruiré en tres días, les dice. Ya no hay duda. Nos dice Marcos: "Buscaron la manera de detener a Jesús con astucia para matarlo".
Mc. 11, 27. Mc. 14, 1-2.
Fue violenta aquella su última semana en Jerusalén. Había ido a celebrar la Pascua y Él se convertiría en la última, auténtica y definitiva Pascua.
Al anochecer caminaba hasta Betania para hacer noche donde su amigo Lázaro y sus hermanas, Marta y María. Si hacía buen tiempo, dormirían bajo algún olivo en Getsemaní.
En el camino, uno de aquellos atardeceres y contemplando la ciudad, Jesús había llorado: ¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas! ¡Cuántas veces quise cobijarte bajo mis alas como la gallina cuida de sus hijos, pero no has comprendido el camino que lleva a la vida! Mt. 23, 37-39.
Su pueblo era una higuera estéril. Mc. 11, 12-14.
No era difícil descubrir las maquinaciones turbias de Judas. Alguien le advierte: Lc. 13, 31-33.
Por lo mismo, esta Pascua podía ser la última. Una Pascua de profunda alegría, sería celebrada con tristeza.
El 14 del mes de Nisán, con la luna llena, nuestros padres atravesaron el Desierto y el mar de los Cañaverales para alcanzar la libertad.
¿Qué ha pasado con mi Pueblo?
¿Qué pasa ahora con su Pueblo y nuestro pueblo, la Iglesia?
Fue una Pascua triste aquella.
Los discípulos no entendieron casi nada de lo que suponía aquella Buena Nueva del Reino. No habían abandonado las esperanzas de poder. En ese duro camino hacia Jerusalén, Santiago y Juan, sueñan con el poder:
"Queremos que nos concedas, cuando estés en el poder, que uno esté a tu
derecha y otro a tu izquierda." Mc.10, 35.38.
Estaba completamente decepcionado.
Jesús declara su tristeza: uno de ustedes, que come en el mismo plato conmigo, me traicionará.
Y comer en el mismo plato era signo de elección, de privilegio, de amor.
El presentimiento, ahora, es claro. Uno de los elegidos para restaurar el Reino del Padre, lo entregará y por dinero. Ha podido más el dinero, Mammón, que el amor y la misericordia de Dios manifestada en Jesucristo. Jesús tiene el sentimiento de un fracasado. Pero el amor de Dios que lo llena en plenitud, despierta su esperanza.
Sigan recordando, les dice, los momentos hermosos de nuestra vida comunitaria. No olviden las profundas alegrías de la evangelización y la solidaridad.
Cuando coman este pan, háganlo en memoria mía. He sido como un pan entregado por amor a mi Pueblo. Este pan es mi cuerpo, mi vida entregada.
Hagan con los pobres, los mismos signos de amor que yo hice. Coman este pan haciendo memoria de mi amor por los abandonados de mi pueblo. No se olviden que la misericordia de mi Padre es infinita. Hoy renueva con mi sangre, simbolizada en este vino, la Nueva y eterna Alianza de amor y fidelidad. Yo me haré presente en este pan y en este vino. No los abandonaré. El Espíritu del Padre y el mío los acompañará siempre.
Se hizo un gran silencio. Judas salió de la cena a la oscuridad de la noche.
Jesús, después de dar gracias al Padre por la libertad de su Pueblo, se dirigió al huerto de Los Olivos. Allí habían alojado en las noches de primavera. Jesús hoy expresaba su angustia y su soledad al Padre. Se encuentra solo. A cien metros duermen los discípulos, acaso agobiados por la tristeza. Ya no es Jesús el profeta milagroso y fuerte.
"Padre, aparta de mí esta angustia que me ahoga; pero que se haga tu voluntad y no la mía." Para eso me elegiste.
Los discípulos duermen. Parece que la tristeza les oculta el rostro amable de Jesús, su energía servidora, su libertad, su misericordia.
El silencio de esa noche se ve interrumpido por el tropel de sicarios que buscan a Jesús.
"El que yo bese, ese es," será la señal de Judas.
"¿Con un beso entregas a tu amigo?"
El poder del dinero.
Todos se dispersaron por miedo o le siguen de lejos y con disimulo. Todo ha ocurrido más rápidamente de lo que podía pensar Jesús. Los mismos sacerdotes habían dicho: no lo apresemos en las fiestas. Se puede provocar algún disturbio. Mc. 14, 2.
Pero no pasa nada. Jesús es apresado sin defensa como cualquier pobre de nuestro pueblo. Así lo declaró ante Pilatos: Si fuera rey a tu manera, mis tropas me defenderían. Pero así no se construye el Reino.
Es la noche del jueves. La luna nueva iluminaba las atrocidades del corazón humano. En el tribunal del Pueblo de Dios se van a manejar las causales de muerte que deberán presentar ante Pilatos.
Ha dicho: destruiré este templo.
Viene revolucionando el pueblo desde Galilea. Se proclama Rey.
Pablo escribe con tristeza: Todos me abandonaron en el juicio. Ya había anunciado Jesús: No se considere el discípulo más que su maestro.
Jesús aparece ante la autoridad romana agraviado por una noche de soledad, de insultos y vejaciones. El pueblo que lo buscaba para que sanara a sus enfermos, ahora grita. ¡Crucifícalo!
Pilatos se deshace de uno más: Escriban la causa de su muerte: Rey de los judíos. Así protegía sus espaldas ante la autoridad superior: "Lo que hice fue proteger al jefe", se diría Pilatos para dormir tranquilo.
Pedro acusará a los sacerdotes: "Crucificaron al Santo y al Justo por manos de paganos". Hech. 2, 23. Entonces, Pedro era ya otro hombre.
Ahora, sólo un grupo de mujeres agradecidas que intuyen la belleza y la bondad de aquel corazón, lo acompañan en la muerte.
El capitán romano, a cargo de la crucifixión, descubrirá al verlo morir: "Ciertamente éste era hijo de Dios."
Los sacerdotes y maestros de la ley interpretan el macabro momento de otra manera:
Ha sido crucificado por ser un profeta falso que engañaba al pueblo. Si fuera Hijo de Dios, hubiera venido a salvarlo. ¿No dice que salvó a otros? Que se salve a sí mismo.
Jesús reza el salmo de la angustia: "Dios mío ¿Por qué me has abandonado"? "Abba, Padre, en tus manos entrego mi vida".
Mc, 15, 29-34.
Y se consumó la destrucción del Templo, el auténtico Templo que es Jesús. "Pero al tercer día, resucitaré".
El velo de separación del templo, se rasgó. Algunos muertos, resucitaron.
Jesús de Nazaret, fue levantado, (resucitado) como el nuevo Templo.
Ahora, Jesús es la Ley y el Templo
PARA ORAR:
Salmo 22: Dios míos por qué me has abandonado.
Isaías: 53, 1-12.
¿Qué nos ha impresionado más del textos?
¿A qué somos invitados por este texto o por Dios?